La sencillez de la duquesa de Montpensier, por Clara Zamora
Cuando la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón, duquesa de Montpensier, paseaba a sus hijas por las calles de Sevilla, les cambiaba la indumentaria por otra más modesta. Las princesas debían ser ejemplo de sencillez, elegancia y compostura. El duque insistía en que no mostraran los lujosos trajes que llevaban en palacio, y en que nunca fueran a la última moda al exhibirse por las calles, porque la moda podía ser caprichosa y extravagante. Otra cuestión era el protocolo dentro de San Telmo, donde se mantenía la etiqueta en toda su rigidez, mucho más que en la Corte de su hermana Isabel, la reina.
Los duques de Montpensier tuvieron siempre un contacto muy cercano con sus hijos, algo extraordinario en aquella época. Un ejemplo de ello es que las principales comidas del día se hacían en familia. La consigna en San Telmo era que, después de la siempre puntual llegada del duque a la mesa, nadie más se podía sentar; al concluir la duquesa su plato, se retiraban todos los demás; y, una vez que el duque se levantaba de la mesa, todos sus hijos se ponían de pie y se daba por terminado el desayuno o almuerzo. Los meses de mayo solían pasarlos en el pequeño castillo de estilo mudéjar que se habían construido sobre las ruinas de la casa de Hernán Cortés, en Castilleja de la Cuesta. A la hora del Ángelus, cuando los niños aún jugaban en el jardín, Luisa Fernanda hacía una señal a las ayas para que subieran a su gabinete, dónde tenía un pequeño altar con la Inmaculada.
Luisa Fernanda, la que fuera durante un buen tiempo una de las princesas más felices y envidiadas de Europa, supo tener valor y no quejarse de los infortunios de la vida, que fue aceptando con resignación, envueltos en el consuelo de que su conciencia fuera siempre la voz de Dios. Esta predisposición le dio la seguridad y la paz necesarias para afrontar todos los reveses que padeció, y que fueron muchos, de los peores. Con docilidad y confianza vivió la muerte de siete de sus nueve hijos. María Regla fue la primera en irse, con sólo cinco años, en 1861. Le siguieron Felipe (1864), María Amelia (1870), Fernando (1873), Luis (1874), Mercedes (1878) y María Cristina (1879). Tan sólo le sobrevivieron su primogénita, Isabel, y Antonio, que siguió la línea familiar.
La historia del dolor es una parcela de la historiografía que, en los últimos tiempos, ha experimentado un gran auge. Juzgar el dolor que debió sufrir Luisa Fernanda desde nuestra perspectiva actual no sería correcto, pues la subjetividad contribuiría a construir la experiencia de una manera relativa. La forma en que se confiere un significado a una vivencia histórica, imbricada en las emociones, como es la muerte de varios hijos, requiere la comprensión de las representaciones culturales de los hombres del pasado, puesto que la manera de sentir el amor, el odio, el dolor o el resentimiento no son constantes universales. De acuerdo a la evolución de la cultura de la sensibilidad, el viaje por la historia del dolor humano requiere aún de una firme apuesta por desentrañar los elementos comunes, haciendo para ello uso de la neurociencia y de la psicología evolutiva.
The simplicity of the Duchess of Montpensier
When the Princess María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón, Duchess of Montpensier, would take her daughters out to stroll in the streets of Seville, she would change their clothing for more modest attire. The princesses were to be an example of simplicity, elegance and composure. The Duke insisted that they shouldn´t display the luxurious dresses they wore in the palace, and that they should never wear the latest fashions around the streets, because fashion could be capricious and extravagant. Another matter was protocol within San Telmo, where etiquette was maintained in all of its rigidity, much more so than in the Court of her sister Isabel, the Queen.
The Dukes of Montpensier always had very close contact with their children, which was extraordinary during that era. One example of that is the fact that the main meals of the day were eaten as a family. The order in San Telmo was that, after the always punctual arrival of the Duke at the table, nobody else could sit down; when the Duchess was finished with her plate, all others were taken away; and, once the Duke got up from the table, all his children would stand up and breakfast or lunch was finished. The months of May would normally be spent at the little Mudejar style castle that they had built on the ruins of the home of Hernán Cortés, in Castilleja de la Cuesta. At Angelus time, when the children were still playing in the garden, Luisa Fernanda would give a signal to the governesses to get them to come up to her room, where she had a small altar with the Virgin.
Luisa Fernanda, who for a significant period was one of the happiest and most envied princesses in Europe, was able to be brave and not complain at the misfortunes of life, which she accepted with resignation, shrouded in the comfort that her conscience was always the voice of God. This predisposition gave her the assurance and peace needed to tackle all the setbacks she suffered, which were many and among the worst. With meekness and belief, she lived through the death of seven of her nine children. María Regla was the first to pass away, aged just five, in 1861. She was followed by Felipe (1864), María Amelia (1870), Fernando (1873), Luis (1874), Mercedes (1878) and María Cristina (1879). She was only survived by her firstborn, Isabel, and Antonio, who continued the family line.
The history of pain is an area of historiography that, in recent times, has experienced a great rise. Judging the pain that Luisa Fernanda must have suffered from our contemporary perspective would be mistaken, as subjectivity helps to build experience in a relative way. The way in which meaning is given to an historic experience, embedded in emotions, such as the death of several children, requires the understanding of the cultural representations of the men of the past, given that the way of experiencing love, hate, pain and resentment are not universal constants. In accordance with the evolution of the culture of sensitivity, the trip around the history of human pain still requires a firm commitment to unravel all the shared elements, using neuroscience and evolutionary psychology to do so.