Marlene Dietrich, “El suave estallido del látigo”.

Sorprendente y llena de contradicciones, sigue brillando en el universo de las viejas glorias, gracias a esa exquisita y evanescente imagen de mujer fatal. Su caso es único. Sus películas no fueron fructuosas y fue etiquetada de indeseable, sin embargo su imagen permanece más nítida que la de cualquiera de sus contemporáneos…

 Aristócrata prusiana, hija de un policía militar, descendiente por vía materna de una próspera familia belga de joyeros, desde muy niña mostró notables aptitudes para la música y el canto. Tras diagnosticársele un ganglio en la muñeca tuvo que abandonar la práctica del violín, con el cual quería convertirse en concertista y recurrir a su preciado sueño más oculto: llegar a ser actriz.

Los “felices años 20” veían la luz en la ciudad de Berlín, deprimida por la miseria y el desempleo, mientras una rubia desconocida luchaba por formar parte de la compañía teatral del prestigioso Max Reinhardt. Después de trabajar como corista y tras breves intervenciones en películas mudas, “Tragedia de amor” marcaría sus verdaderos comienzos artísticos, dando lugar a una prolífica obra en su país de origen que la convertiría en una reputada actriz. Aunque, aparte de sus piernas, lo que más llamaba la atención de ella era su frialdad, su desdén y su reserva con los hombres, cualidades determinantes para su futuro de estrella.

El pasaporte para Hollywood fue el film “El ángel azul”. Su encuentro con el director Josef von Sternberg, que venía ya de la Meca del cine, catapultó esa “belleza mal acogida e infravalorada, dramatizando sus atributos y haciéndolos visibles al público” como confesaría él mismo.

Paramount Pictures no tenía muy claro de cómo encauzar la carrera de su nueva artista extranjera por lo que es dejada de la mano de Sternberg que la encierra en su “torre de marfil”, únicamente interesado en convertirla en estrella. De tal modo, Dietrich emerge como la espuma en una sucesión de filmes comerciales como Amy Jolly, Marruecos, Fatalidad, La Venus Rubia o El expreso de Shanghai donde su imagen fue elaborada en torno a la seducción y al exotismo, bajo la maravillosa “mística de luces y sombras” que proporcionaba el blanco y negro.

Con temor de caer en la rutina y el cansancio, Dietrich y Sternberg se separan y comienza la independencia de una estrella que parece no encontrar su lugar entre el público aunque sí la popularidad. Tras un brillante nuevo despegue a las ordenes de Ernst Lubitsch con la película “Deseo” y sendos fracasos en taquilla como “La condesa Alexandra” o “Angel” se retira por un tiempo a Londres, con la fama por los suelos, decisión por la que es tachada de indeseable y de veneno para la taquilla por la crítica más atroz.

En Londres, Marlene recibe la oferta del führer, Adolf Hitler, de convertirla en reina del cine del Reich pero la actriz, además de no compartir su ideología estaba más interesada en dar rienda suelta a su libertad sexual, descubierta con gran escándalo cuando se supo la finalidad de cierto “circulo de costura” que consolidaron artistas femeninas de la época.

Pero Dietrich volvería a Hollywood con su látigo arrollador y su suave estallido y cambiaría de imagen para protagonizar éxitos como Arizona, La llama de Nueva Orleans o Forja de corazones.

Aún así, estallado el conflicto de la Segunda Guerra Mundial, Marlene, ya como ciudadana americana, abandona nuevamente su carrera para dedicarse a entretener y animar a las tropas aliadas que luchaban contra el nazismo, vendiendo bonos de guerra, despachando bebidas a los soldados en las cantinas del show-business y a continuación, por espacio de tres años, emprendiendo una gigantesca gira de conciertos donde popularizaría un himno que serviría para ambos bandos llamado, “Lili Marlene”.

Con la Medalla estadounidense de la Libertad y el título francés de Caballero de la Legión de Honor, Dietrich regresaría al cine para concluir con su última y tambaleante etapa cinematográfica, apareciendo en títulos como La Bella Extrajera, Pánico en la escena o Encubridora. Siempre dispuesta a volver cuando mereciese la pena, quedaría inmortalizada en dos grandes títulos de la historia del cine como fueron Testigo de cargo de Billy Wilder y Sed de Mal de Orson Welles.

En 1953 Marlene sorprendió a la opinión pública con su completa retirada de la gran pantalla,  “harta de estar siempre bella y tener a alguien encima enderezándote constantemente las pestañas…” como declararía ella misma. De tal forma ingresó como cantante en el mundo del espectáculo y moriría con las botas puestas a través de interminables giras por todo el mundo, causando sensación allá por donde iba.

En cierta ocasión, se hallaba Marlene en una reunión de amigos junto a su preciado Ernest Hemingway, que charlaba sobre temas existenciales, en concreto sobre la muerte y tuvo el escritor el cariñoso gesto de apartarla del tema vaticinándole el futuro con estas palabras “A ti esto no te concierne. Tú eres inmortal”.

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