IDÍLICA IBIZA

La Revista de Sotogrande hace hace a sus lectores volar hasta Ibiza sin moverse de casa. El objetivo: capturar la esencia de una isla que no sólo baila. La cara más tranquila de Eivissa la convierte en un lugar idílico en el que encontrar la calma, reponerse y volver a la realidad con las ‘pilas cargadas’ cuando todo vuelva a la normalidad.

Cuando uno cuenta a sus amigos que se va unos días a Ibiza, lo normal, es que te digan ‘vaya marcha te vas a pegar’. Y es verdad. Eivissa tiene tantas discotecas, terrazas y sitios de fiesta, que hasta sorprende. El paraíso de los trasnochadores.

Sin embargo, lo que muchos desconocen es que la mayor de las Pitiusas es, también, un idílico destino en el que olvidarse del mundo y descansar.

Cuando amanece y los jóvenes trasnochados se retiran, Ibiza abre el telón para disfrutar de a una isla que, en poco más de cuarenta kilómetros, se antoja infinita.

Al llegar a esta isla, lo primero que sorprende es su color. Luz a raudales que se cuela por todas partes y que despierta, aún más, las ganas de comenzar a descubrirla. Para hacerlo, no obstante, es imprescindible contar con un vehículo de transporte. Coche, moto o bicicleta. Da igual. Lo importante es tener con qué moverse. Y un mapa: fundamental para no perderse ningún espectacular destino.

Vehículo, mapa, bañador y muchas ganas. Con estos ingredientes nos sumergimos en busca del paraíso. De sus playas, de su sol, de su gastronomía…, en resumen: de su más pura esencia.

La primera parada será la costa. No podía ser de otra forma.  Dedicarse a explorarla es una de las maravillas imprescindibles de cualquier escapada a Eivissa. La isla cuenta con playas  bañadas por aguas de color turquesa que recuerdan al lejano Caribe; calas mágicas, como Cala d’Hort, presidida por el islote de es Vedrà; otras de abrumadora belleza, como las Platges de Comte; rincones poco frecuentados, como es Pou des Lleó, o playas grandes y familiares, como Platja d’en Bossa o Es Figueral. Un baño en sus aguas templadas; un arroz en alguno de sus restaurantes; un paseo en busca de piedras con, quién sabe, qué formas y colores.

Un momento indiscutible de Ibiza es su atardecer. Tanto se ha hablado de él, que hasta parece un tópico ir a verlo. Pero; hay que hacerlo. Contemplar el horizonte y ver cómo se tiñe de colores ocres mientras el sol, cada vez más cercano, parece querer darse un baño en el Mediterraneo es, simplemente, una estampa indescriptible. En Sant Antoni de Portmany se vive una de las puestas de sol más famosas del planeta. Sin duda la más concurrida es la que ofrece la terraza de Café del Mar. No obstante, si lo que se busca es tranquilidad, lo mejor es ir a Cala Conta o a algún rincón tranquilo de la zona de San Antonio o San José.

Cuando el sol se pone toca pasear. Con calma. Disfrutando de cada nuevo rincón. Si se opta por la ciudad de Ibiza, no hay que dejar de perderse por sus callejuelas, contemplando el recinto fortificado de Dalt Vila, la iglesia de Santo Domingo, sus casas señoriales, su catedral, el castillo o la casa del Curia. Es aconsejable, asimismo, subir a lo más alto para divisar el puerto, la inmensidad del mar y las luces; un espectáculo irrepetible. Y un buen momento para hacer alguna de esas fotos perfectas para enmarcar o ‘poner en facebook’.

Para acabar el día, nada mejor que sentarse en alguno de los barecillos o restaurantes que pueblan el centro de la ciudad. Una buena charla, unas cervezas, un típico alioli, una frita de pulpo (un sofrito de pulpo con patatas, cebolla, pimientos verdes y ajo), alguna tabla de quesos ibicencos y, para acabar, una copa de licor de hierbas Ibicencas.

Es de noche. El sol ha dejado paso a una bella luna con ganas de bailar. Le toca el turno a los que buscan la Ibiza más fiestera. Es tiempo de retirada. El día volverá pronto con su peculiar luz y la isla aguardará, presta a seguir siendo explorada.