‘El baile postrero’ de Antonio Garrigues desgarra y divierte

Una de las tradiciones culturales más asentadas en Sotogrande es que, cada verano, Antonio Garrigues dirija una representación teatral. El año pasado fue un homenaje a la Generación del 27. Éste, una obra desgarradora, compleja y de las que tocan hondo, titulada El baile postrero.

Escrita y dirigida por Antonio Garrigues —quien lleva unas cincuenta obras firmadas—, resulta difícil de encajar. Compara los últimos momentos de la vida con ese baile que no sabemos ejecutar. El elenco lo conformaban Carlos Rodríguez Braun, Gloria Marroquín, Tomás Gaytán de Ayala y Veva Alfaro Brujó. La obra estuvo presentada por Carmen Vázquez Pina y tuvo lugar en la sala de juntas del Real Club de Golf de Sotogrande.

Esta «reflexión tragicómica sobre la memoria, el olvido y el acabamiento» es, exactamente, lo que reza el subtítulo. Difícil llegar a conclusiones absolutas tras haberla visto, pues deja una serie de dudas sobre la propia existencia y la manera de afrontar la vida y la muerte. ¿Es la esperanza la mayor trampa a la que nos enfrentamos? ¿Es compatible la esperanza con vivir? Demasiados interrogantes, muchos para dejarlos plasmados aquí, pero que hicieron que los afortunados espectadores reflexionaran al tiempo que se lo pasaban bien con los puntos de humor inteligente e inesperados giros que se desarrollaban en un guion impecable.

Mediante un diálogo a varias voces, entre las que se incluían la del propio desafortunado y las de otras tres personas que realizaban aportaciones muy valiosas a la reflexión guiada —incluido el personaje, interpretado por Tomás Gaytán de Ayala, que «no podía decir nada», y que sólo podía verbalizar aquello que leía, al pie de la letra—, Garrigues no habla de su propia biografía, como apuntó en unas palabras finales. Pero sí que toca los lugares clave, en los que con toda seguridad, todos hemos estado alguna vez, rumiando sin llegar a ninguna iluminación.

Desde el proscenio, cada personaje desarrollaba sus soliloquios —excepto aquel que «no podía decir nada», que lo hacía desde una silla—, que a veces se transformaban en una especie de diálogo con el público. Recordemos que los actores de estas obras son personas aficionadas a las artes escénicas, no profesionales. Sin embargo, desarrollaron sus personajes con seguridad y su interpretación resultó impecable.

El público, que llenaba la sala, rompió en aplausos al terminar, y se acercó a felicitar a cada uno de los actores. Actores que, por cierto, son también vecinos y amigos, porque este teatro es, al fin y al cabo, un espacio cercano y que siempre se ha desarrollado entre amigos y conocidos. Una experiencia teatral que lleva décadas funcionando y que unía durante el verano a amantes del teatro en Sotogrande pero que, al mismo tiempo, se ha convertido en una iniciativa cultural de primer nivel.