Baelo Claudia, la joya del Estrecho
Hay veces que se impone un pequeño ejercicio de imaginación para disfrutar del paisaje ‘comme il faut’, para vislumbrar lo que se esconde tras las piedras cubiertas de musgo, para apreciar en su justa medida la grandeza de un escenario que, por conocido y familiar, a menudo nos pasa desapercibido. Una visita a la milenaria, solitaria y bellísima Baelo Claudia no deja indiferente.
La ensenada de Bolonia esconde varios tesoros: la playa interminable coronada al Oeste por una magnífica duna, el horizonte de África y el Estrecho al Sur y, desde luego, las delicadas ruinas de la vieja ciudad romana de Baelo Claudia, enclave que se remonta al siglo II antes de Cristo y donde todavía pueden vislumbrarse las primeras industrias de salazón del atún, probablemente razón de ser del asentamiento.
Alejada de los circuitos turísticos tradicionales, Baelo Claudia ofrece el raro privilegio de poder pasear por sus calles perfectamente conservadas sin cruzarse con nadie mientras se pisan las losas del ‘decumanus maximus’ (avenida principal trazada de Este a Oeste de la ciudad) o del ‘cardo maximus’ (perpendicular a ésta de Norte a Sur).
Se agradece este injusto olvido del turismo de masas, al menos en los meses de invierno, para poder apreciar la magnificencia y el buen estado de conservación de las ruinas. Baelo sorprende por la facilidad con la que se puede apreciar el trazado de una ciudad romana, la distribución de sus calles, el lugar que ocupaban sus tres templos gemelos consagrados a las deidades principales del Olimpo romano, Júpiter, Juno y Minerva, o ese otro dedicado a la egipcia Isis, ejemplo de sincretismo con las religiones orientales de los últimos siglos del Imperio.
Es curioso descubrir que lo que ahora consideraríamos el mejor lugar de la ciudad, la primera línea de playa, lo ocupaban las industrias de salazón, su corazón económico. Se conservan perfectamente las diversas instalaciones, las piletas de salado del pescado y aun otras más pequeñas donde se elaboraba el legendario ‘garum’, esa salsa o mejunje, según se mire, fabricado con la sangre y las vísceras del atún y otros pescados provenientes de las almadrabas, de notable importancia en la antigüedad y que se usó en sus distintas variedades desde condimento universal a ungüento cicatrizante.
El urbanismo es el plato fuerte que ofrece esta pequeña ciudad excavada con mimo y salvaguardada por un moderno Centro de Interpretación de arquitectura controvertida, pero donde espera un pequeño y exquisito museo y que, al cabo, es la garantía de conservación de todo el recinto y del futuro de las excavaciones, pues aún queda mucho terreno por explorar hasta sacar a la luz todo el tejido urbano.
Lo que el visitante puede ahora apreciar es, sobre todo, la zona monumental de la ciudad, con la columnata de la basílica (edificio para administración de justicia) presidida por una imponente escultura dedicada al emperador Trajano. La basílica pertenece al conjunto del Foro, verdadero corazón de la ciudad y que en el caso de Baelo Claudia supone el ejemplo mejor conservado de toda la península y uno de los mejores del mundo.
En Baelo, de hecho, el visitante puede fácilmente percibir lo que era una ciudad romana, aunque sea de pequeñas dimensiones, como ésta (13 hectáreas de recinto amurallado). Aquí se puede ver sin dificultad el trazado urbano ideal recomendado por Vitruvio, con un centro urbano y monumental en torno al Foro y presidido en la parte alta por el Capitolio (los templos de las tres deidades principales o ‘capitolinas’, Marte, Juno y Minerva), el diseño de una ciudad que probablemente tuvo su apogeo en la época de Augusto, en torno al siglo I después de Cristo y cuya decadencia, posiblemente a causa de uno o más terremotos, se data dos siglos después.
Y esta ciudad modelo y réplica del concepto sagrado de la urbe por antonomasia, Roma, se ofrece en la ensenada de Bolonia como una pequeña e irrepetible joya abierta a una de las playas más bonitas de España. Visitar Baelo Claudia es volver la vista al centro del mundo que aquí existió hace dos mil años, cuando este pequeño enclave fue el centro del tráfico marítimo con África, con Tingis (la actual Tánger) y, como queda dicho, origen y referente de la todavía importante industria de las almadrabas atuneras. En definitiva, Baelo Claudia es la verdadera, aunque olvidada, joya del Estrecho.