El ritual del palenque, una íntima liturgia del polo
Cualquier aficionado al polo está acostumbrado a disfrutar de los partidos desde las gradas. Desde allí, pueden ver cómo jinetes y caballos corren de un extremo a otro de la cancha en pos de la bocha. Lo que el público no suele poder ver es lo que ocurre en los palenques antes de cada partido. Jinetes, petiseros y caballos comparten este espacio en una calma hipnótica que no se parece en nada al frenesí que se vivirá cuando comience el encuentro. Los caballos son mimados en los palenques para que afronten el partido en las mejores condiciones. Mangueras y ventiladores no faltan para ayudar a estos animales a combatir el sofocante calor del verano. Los petiseros se dedican a ajustar las correas, las monturas y algo muy importante, las protecciones para las patas que eviten heridas producidas por la bocha o con el mazo.
Cuando los caballos están equipados, se pone a trotar un poco a los que van a salir a jugar directamente para no empiecen fríos. Mientras los petiseros siguen con sus labores, también charlan, ríen, bromean. El acento argentino está presente y se tarda poco en oír algún “boludo”. Los jinetes por su parte se encuentran un poco apartados. Los hay que miran el campo sobre el que van a trotar en unos minutos, absortos, quietos. Otros no paran quietos y van de un lado a otro, hablando con cualquiera que encuentren. Cada uno lo vive a su manera. Poco a poco van montando en los caballos y saliendo a la cancha para realizar el calentamiento, para tener los primeros contactos con la bocha y dar las primeras carreras. Llegó la hora. Va a empezar el partido. Los jinetes se dirigen al centro y tras sonar el himno, la bocha empieza a rodar y ellos toman todo el protagonismo mientras en los palenques se instala una falsa calma que durará el resto del encuentro.