DANA, aprendizaje y reconstrucción
La tragedia de la DANA invita a evitar la politización y a profundizar en dos aspectos fundamentales: qué podemos aprender de esta catástrofe y cómo cabe contribuir a la reconstrucción de las zonas devastadas.
Deprime la utilización política del drama, como si la solución estribara en optar por un partido como ángel y rechazar a otros como demonios. La realidad, sin embargo, se impone, y algunas cosas resultan evidentes. Por ejemplo, el dogmatismo es un error pueril, ilustrado por quienes fantasean con que todo el franquismo fue malo, y por tanto sus obras hidráulicas también, cuando es seguro que el haber profundizado en las infraestructuras hidrológicas habría minimizado la pérdida de vidas. Otro tanto vale para el rigor supuestamente ecologista que ha dificultado la limpieza de los cauces fluviales. Y vale también para el simplista argumento que todo lo reduce a un cambio climático que supuestamente se debe al ser humano con exclusividad y que requiere un recorte aún mayor de sus derechos y libertades.
Agradeciendo la habitual solidaridad de tantas personas de buena voluntad, incluyendo a hombres de negocio que algunos insensatos radicales se han apresurado a condenar, y también la acción de funcionarios y autoridades que estuvieron a la altura de las circunstancias, conviene eludir el puro debate partidista y el reparto político de culpas, y centrarse en la reconstrucción después de la DANA.
Aparte del imprescindible replanteamiento de las infraestructuras que mitiguen el impacto de la próxima riada, hay un aspecto de la recuperación que suele ser ignorado, y que en realidad es la base de la economía: la labor de los ciudadanos, en especial los trabajadores y los empresarios. Ha habido, como era de esperar en tiempos de hipertrofia de la política, cánticos al gasto público y a la consabida necesidad de un Plan Marshall para las comarcas afectadas. Recordemos, empero, que no fue el gasto de las administraciones el que reconstruyó Alemania después de 1945, sino un marco institucional de paz, seguridad jurídica y estabilidad económica, que permitió a la sociedad civil convertir un país destruido en una potencia mundial.
Storm DANA, learning and rebuilding
The DANA tragedy invites us to avoid politicisation and to further examine two key aspects: what can we learn from this catastrophe and how can we contribute to rebuilding the devastated areas.
The political exploitation of the drama is depressing, as if the solution consisted in choosing one party as the angel and rejecting the others as devils. However, reality imposes itself and some things are clear. For example, dogmatism is a childish mistake, illustrated by those who fantasise about how everything about Francoism was bad, and thus its hydraulic dams too, when it is certain that greater use of hydrological infrastructures would have minimised the loss of life. The same can be applied to the supposedly environmentally friendly rigour that made cleaning river beds difficult. And the same also applies to the simplistic argument that reduces everything to climate change that is allegedly only the result of humans and which requires even greater restrictions on their rights and freedoms.
I want to express my gratitude for the usual solidarity of so many people of good will, including businessmen that some radical fools who have rushed to condemn, and also the action of workers and authorities who were equal to the circumstances, it is advisable to avoid a purely factional debate and the political allocation of blame, and focus on rebuilding after DANA.
Aside from the essential redesign of infrastructures to mitigate the impact of the next flood, there is an aspect to the recovery that is normally ignored, and which in reality is the basis of the economy: the work of citizens, especially workers and businesspeople. There have been, as is to be expected in times of political hypertrophy, odes to public spending and to the familiar need for a Marhsall Plan for the provinces affected. We should nevertheless remember that it wasn’t the spending of the administrations that rebuilt Germany after 1945, but rather an institutional framework of peace, legal security and economic stability, which enabled civil society to turn a destroyed country into a global power.